Barrio de Atlanta, un jueves en agosto del 1922.
Un hombre llega a su casa después de un duro día de trabajo en las oficinas de Coca-Cola, y ve que su hogar, como siempre, está desordenado.
Un desastre.
Su esposa, una ama de casa, hace unas semanas se había roto el tobillo y por tanto no pegaba ni palo al agua.
La esposa, que se tocaba el chimichurri todo el santo día, no había…
… hecho la compra.
… barrido el suelo.
… lavado la ropa.
… planchado sus camisas.
… preparado la cena.
… recogido el correo.
… regado las plantas.
Más bien, no había hecho absolutamente nada.
Nada de nada.
La única cosa que hacía la mujer era leer.
Leer, leer y leer.
Leía 15 horas al día.
A parte de trabajar 12 horas al día como un negro, al esposo le tocaba ir a la biblioteca del barrio para prestar un montón de novelas para la mujer.
Y los libros pesaban mucho.
Al entrar, la esposa se quedó acostada en el sofá y ni siquiera vino a darle dos besitos.
“Cariño”, le dijo la mujer, mientras que pasaba página de otra novela romántica, “deja los libros sobre la mesa y mañana ves a devolver los que ya he leído”.
¿La budweiser?
¿La cena?
¿El puro?
¿El brandy?
Nada de nada.
El marido, que estaba hasta los cojones de ser su mula personal, le soltó una frase que le cambió la vida para siempre.
Le dijo algo medio feo.
Algo que en el mundo políticamente correcto de hoy en día, sería una “microagresión“.
El marido se le acercó, le arrancó la novela romántica de las manos y le dijo…
Un hombre llega a su casa después de un duro día de trabajo en las oficinas de Coca-Cola, y ve que su hogar, como siempre, está desordenado.
Un desastre.
Su esposa, una ama de casa, hace unas semanas se había roto el tobillo y por tanto no pegaba ni palo al agua.
La esposa, que se tocaba el chimichurri todo el santo día, no había…
… hecho la compra.
… barrido el suelo.
… lavado la ropa.
… planchado sus camisas.
… preparado la cena.
… recogido el correo.
… regado las plantas.
Más bien, no había hecho absolutamente nada.
Nada de nada.
La única cosa que hacía la mujer era leer.
Leer, leer y leer.
Leía 15 horas al día.
A parte de trabajar 12 horas al día como un negro, al esposo le tocaba ir a la biblioteca del barrio para prestar un montón de novelas para la mujer.
Y los libros pesaban mucho.
Al entrar, la esposa se quedó acostada en el sofá y ni siquiera vino a darle dos besitos.
“Cariño”, le dijo la mujer, mientras que pasaba página de otra novela romántica, “deja los libros sobre la mesa y mañana ves a devolver los que ya he leído”.
¿La budweiser?
¿La cena?
¿El puro?
¿El brandy?
Nada de nada.
El marido, que estaba hasta los cojones de ser su mula personal, le soltó una frase que le cambió la vida para siempre.
Le dijo algo medio feo.
Algo que en el mundo políticamente correcto de hoy en día, sería una “microagresión“.
El marido se le acercó, le arrancó la novela romántica de las manos y le dijo…
-Oye, en vez de leer miles y miles de libros, ¿por qué carajo no ESCRIBES uno?
La mujer, que realmente leía muchísimo, se quedó tan tocado por las palabras groseras de su marido, que dejó de leer la novela romántica.
Subió cojeando al segundo piso, se encerró en el baño, y para que el marido no oyera sus lloriqueos, cubrió la cara en una toalla y estuvo dos horas llorando.
Pero, al día siguiente le hizo caso al marido, dejó de leer novelas románticas y se puso a escribir.
Un año más tarde, la mujer, que se llamaba Margaret Mitchell, publicó su primera novela:
“Lo que el viento se llevó”
Y con el tiempo, esa novela acabó siendo una de los libros más vendidos de la historia.
¿Lo bueno del caso?
Pues, al final de la película, un hombre es algo grosero con su mujer.
Igual que el marido de la autora.
Subió cojeando al segundo piso, se encerró en el baño, y para que el marido no oyera sus lloriqueos, cubrió la cara en una toalla y estuvo dos horas llorando.
Pero, al día siguiente le hizo caso al marido, dejó de leer novelas románticas y se puso a escribir.
Un año más tarde, la mujer, que se llamaba Margaret Mitchell, publicó su primera novela:
“Lo que el viento se llevó”
Y con el tiempo, esa novela acabó siendo una de los libros más vendidos de la historia.
¿Lo bueno del caso?
Pues, al final de la película, un hombre es algo grosero con su mujer.
Igual que el marido de la autora.
¿La lección?
Pues, está claro ¿no?
Ponte a producir.
Ponte a escribir.
Pero ya.
¿Para aprender algo sobre cómo escribir para vender?
Suscríbete a la lista
Al suscribirte recibirás emails diarios con ofertas de Nicolás Reyes y te puedes dar te baja en cualquier momento.